La seguridad sigue siendo la principal obsesión del primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu. La solución a todos los males. Nada ha cambiado tras el ataque del 7 de octubre, el día en que la supuesta fortaleza que había construido alrededor de Gaza se derrumbó por el ataque de Hamás como un castillo de naipes. Más de un mes después, con miles de muertos sobre la mesa (más de 11.000 en la Franja y unos 1.200 en el lado israelí), Gaza arrasada y una guerra de final incierto, Netanyahu lo sigue apostando todo a la seguridad y nada más que a la seguridad. Por detrás, tanto en Israel como fuera, se escuchan cada vez más voces que aseguran que manu militari exclusivamente no se pacificará la Franja. Como tampoco lo consiguió en las anteriores batallas libradas en el enclave palestino tras la salida de tropas y colonos en 2005. Los expertos consultados pronostican que el primer ministro no sobrevivirá en el cargo a la crisis abierta por el ataque de Hamás.
“No se puede combatir una ideología con armas. Hay que hacer frente a la ideología de Hamás con una mejor ideología y la mejor ideología que hay que presentar a los palestinos es la de que pueden vivir por Palestina, no solo morir por Palestina”, advierte Gershon Baskin, columnista y activista por la paz conocido por haber negociado con Hamás en anteriores crisis. Frente a eso, y defendiendo un discurso en clara minoría en Israel, asegura durante una entrevista en su casa de Jerusalén: “Palestina tiene que ser una realidad. La idea de la independencia palestina, de la liberación y el fin de la ocupación israelí tiene que cobrar vida para reemplazar la ideología de la muerte”.
Israel insiste en seguir controlando tras la guerra la seguridad de Gaza, lo dijo por última vez Netanyahu el viernes, aunque descarta mantener ocupada la Franja. Eso significa tener “libertad de acción” con “operaciones aéreas” o “pequeñas incursiones” por tierra para frenar a Hamás u otra organización similar, asegura en una llamada de teléfono Ofer Shelah, exparlamentario del partido centrista Yesh Atid y analista del Instituto para el Estudio de la Seguridad Nacional (INSS, según sus siglas en inglés). Pero, al mismo tiempo, Israel no da señales de aceptar que el vacío institucional que deje Hamás, en el gobierno de la Franja desde 2007, sea ocupado, al menos en parte, por la Autoridad Nacional Palestina (ANP), como sugiere Estados Unidos. El día después, que tanto preocupa en la esfera internacional, es como si no existiera para el Ejecutivo israelí, salvo para los ultranacionalistas con ensoñaciones mesiánicas que exigen adueñarse del enclave palestino.
Por el momento, el centro de atención es la batalla de la Ciudad de Gaza, “uno de los lugares más fortificados de la historia”, asegura por teléfono el exgeneral Giora Eiland, donde el ejército israelí ha de enfrentarse a dos fenómenos. Por un lado, los 20.000 o 25.000 militantes de Hamás muy comprometidos, su sofisticado sistema de túneles y la tecnología iraní. Por otro, al “leal” apoyo que, según él, les presta la población local y los responsables de la Administración.
Eiland, como los mandos militares israelíes, insiste en que hasta en los hospitales encuentran soporte los milicianos. Y es ahí precisamente donde, en las últimas horas, Israel trata de ganar posiciones con constantes ataques, según fuentes sanitarias y humanitarias palestinas. El exgeneral explica que el principal centro sanitario de la Franja, el hospital Al Shifa de la capital, además de acoger a pacientes y a ciudadanos que se refugian de los ataques, mantiene bajo sus instalaciones un centro de mando de Hamás, por eso “hay que destruir esa área”. Aunque asegura que no es lo que buscan, ese argumento le lleva a justificar el alto número de civiles que están muriendo pese a las amplias críticas que Israel recibe por lo que son considerados crímenes de guerra como el ataque de los islamistas del 7 de octubre. “No creo que Israel pueda hacer nada por impedirlo”, afirma, “a menos que los líderes de Hamás decidan rendirse, algo que no parece que vaya a ocurrir en estos momentos”.
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Planes de futuro
Gershon Baskin destaca que Netanyahu y su Gabinete, que cree que serán “expulsados” tras la guerra, no tienen planes para después. Ni Shelah ni Eiland ven tampoco al primer ministro en su puesto tras la contienda. El futuro sin Hamás en el poder es algo que sí han empezado a plantear otros, incluidos algunos palestinos, entre ellos el propio presidente de la ANP, Mahmud Abbas. En este sentido, Baskin sugiere, bajo mandato del Consejo de Seguridad de la ONU, una fuerza multinacional árabe con Egipto, Jordania, Arabia Saudí, Baréin y Emiratos, pero con las fuerzas de seguridad de la ANP al frente para evitar la sensación de una “nueva ocupación”. Se trataría, añade, de una “Administración tecnocrática” que lleve a un nuevo Gobierno palestino y aprender de los “errores de Oslo” para garantizar la solución de los dos Estados.
El exparlamentario Shelah supone que será necesaria la presencia de organizaciones internacionales y algún tipo de coalición o alianza de países de Oriente Medio que supervise la reconstrucción de Gaza. Ahí, explica, debería participar de alguna manera la ANP, que espera “se recupere en Gaza, aunque eso llevará años”, pero en ningún caso Hamás. “El dilema israelí es enorme”, piensa Mahmoud Muna, librero responsable de la Educational Bookshop y palestino de Jerusalén, en cuanto a la falta de ideas para el futuro. Pronostica que cualquier solución que se proponga, será buena o mala en función de que Israel la acepte. “Y lo que Israel acepte no será bueno para Gaza. No veo al mundo forzando una solución que Israel no quiere”, concluye pesimista.
El escenario que dibuja para el enclave palestino el exgeneral Giora Eiland cuenta con tres fases. Por un lado, la actual bélica, de unas seis semanas o algo más; una segunda, que debe liderar una fuerza operativa internacional para asistir a los gazatíes con presencia europea o árabe y palestina; y la tercera que debe fijar el acuerdo que permita regir los designios del territorio. Por el momento, señala, lo “más urgente” es tratar de liberar a los rehenes, aunque el precio que haya que pagar sea liberar a unos cientos de prisioneros palestinos y varios días, tres o cuatro, de un alto el fuego que Hamás busca. Pero, añade el exgeneral, ni Israel ni Hamás deberán estar al frente de Gaza, aunque las tropas sí deberán tomar medidas en el caso de que se genere alguna “amenaza terrorista” por parte de ese u otro grupo armado.
El exnegociador Baskin ha mantenido hilo directo hasta hace pocos días con la cúpula del movimiento islámico. Ya negoció con ellos la liberación en 2011 tras más de cinco años retenido en Gaza del soldado Guilad Shalit a cambio de más de un millar de presos palestinos. Entre ellos se encontraba el hoy jefe de Hamás en Gaza, Yahia Sinwar, uno de los hombres más buscados por Israel. El 1 de noviembre, Baskin remitió una carta, que también hizo pública, a Ghazi Hamad, uno de los responsables de la milicia, para poner fin a casi dos décadas de relación, más de un millar de conversaciones y cuatro encuentros cara a cara. En la misiva afirma que es un “malvado” sin “humanidad”. Hamad se ha vanagloriado del ataque del 7 de octubre y ha insistido en que Israel no debe existir, repitiendo uno de los pilares de Hamás.
Israel se enfrenta ahora no a uno, sino a más de 240 rehenes en manos del enemigo en Gaza. “La única manera de salvarlos a todos es a través de un acuerdo con Hamás. Pero el acuerdo con Hamás, que pide liberar a todos los prisioneros palestinos, unos 7.000, es inaceptable para Israel. (…) También es contradictorio con el objetivo final de la guerra, que es desmantelar a Hamás”, reconoce el antiguo negociador, que no descarta todavía un pacto que permita dejar en libertad a los niños, las mujeres y los ancianos. Asegura, durante una entrevista el viernes, que sabe de primera mano que se estaba gestando hasta hace tres días, con Egipto tomando parte de los contactos y con los islamistas cerrando la lista de secuestrados a soltar, en la que no iban a estar mujeres militares. Pero no se aceptó la exigencia del alto el fuego de los islamistas. Y ahora, comenta, aunque se deja entrever en las negociaciones en marcha en Qatar, “Israel no va a aceptar un alto el fuego a cambio de que se libere a 10 o 15 rehenes”.
El exparlamentario Shelah cree que la suerte de los rehenes depende de Yahia Sinwar. Una pausa de varios días sería posible, al menos, para liberar a algunos, “pero eso no debe convertirse en el final de la guerra”. “Hamás ganaría si logra parar la guerra usando a los rehenes”, concluye.
Baskin, por su parte, considera que Israel menospreció la capacidad actual de Hamás y pensó que bastaba con el sistema antiaéreo de la cúpula de hierro para frenar el 90% de sus misiles, pero evolucionaron, llegaron los túneles y el asalto del 7 de octubre a una valla de seguridad que había costado 1.000 millones de dólares. Todo ello deberá ser analizado y fiscalizado tras la guerra, como reconoce hasta el propio primer ministro.
“Netanyahu ha logrado eliminar la cuestión palestina no solo de la agenda israelí, sino de la comunidad internacional (…) ¿Por qué España apoya la solución de dos Estados y solo reconoce uno de ellos?”, se pregunta el exnegociador Baskin. En todo caso, él mismo centra las culpas en israelíes y, también en palestinos porque no se han sabido fajar de la narrativa de Israel ni presentar un plan de paz serio. “Sabíamos de la hipocresía de Estados Unidos, pero confiábamos en Europa”, lamenta el librero Mahmoud Muna. España, en cualquier caso, no es de los que peor parado sale de su diatriba. “Los palestinos estamos solos”, añade en referencia también al abandono de los países árabes, cuya riqueza en petróleo no impide la crisis del combustible en Gaza.
En una entrevista concedida en 2015 al diario Haaretz, pocos meses después de la última guerra en Gaza, Ofer Shelah predijo de alguna forma lo que está ocurriendo en 2023. Israel había fracasado por la “ausencia de un proceso político complementario” y “el próximo asalto es cuestión de tiempo y será más horrible”.
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