Rishi Sunak estaba entre la espada y la pared, con el reloj en la parte final de la cuenta atrás. El primer ministro británico ha decidido este lunes a primera hora expulsar de su Gobierno a la polémica e incendiaria Suella Braverman, que ocupaba hasta hoy el cargo de ministra del Interior. El nuevo responsable de seguridad será James Cleverly, actual titular de Asuntos Exteriores. Y el ex primer ministro David Cameron (2010-2016) será el nuevo jefe de la diplomacia. Al no ser diputado, Cameron tendrá que ser designado miembro de la Cámara de los Lores para poder incorporarse al Gobierno.
Sunak ha decidido poner en marcha una jugada de riesgo, al ofrecer a Cameron un puesto tan relevante como el de Exteriores. Es la primera vez en más de medio siglo en la que un ex primer ministro vuelve al Gobierno en un puesto inferior, y Cameron arrastra además el pecado original de convocar —y perder— el referéndum del Brexit en 2016, que fraccionó al Partido Conservador y a la totalidad de la sociedad británica.
Cameron ha reaccionado, tras la confirmación de su nombramiento, en la red social X (antes Twitter): “Nos enfrentamos a una serie de desafíos internacionales abrumadores, que incluyen las guerras en Ucrania y en Oriente Próximo”. (…) “Nunca ha sido tan importante para nuestro país permanecer del lado de nuestros aliados, reforzar los vínculos con nuestros socios y asegurarnos de que nuestra voz sea escuchada”, aseguraba el ex primer ministro cuya decisión fue la semilla que más enturbió las relaciones entre Londres y Bruselas y entre Londres y Washington.
Por su parte, el portavoz laborista de Política Exterior, David Lammy, ha afirmado: “David Cameron due un primer ministro desastroso. Su nombramiento es el último acto de desesperación de un Gobierno vacío de talento e ideas”. Y el coordinador nacional de campaña de los laboristas, Pat McFadden, agregó: “Hace apenas unas semanas, Rishi Sunak colocaba a Cameron como parte de un statu quo que se comprometió a cambiar. Ahora se aferra a él como un chaleco salvavidas. La promesa de dar la vuelta a trece años de gobiernos conservadores se ha convertido en una broma”.
Sunak se aferra a la popularidad que tuvo Cameron entre el electorado conservador moderado y el ala más centrista del partido para enviar una imagen de unidad, en un momento en que los tories más reaccionarios quieren más mano dura contra la criminalidad o la inmigración irregular —algo que el primer ministro ha incorporado a su discurso— y los más templados piden un regreso a la cordura.
Sunak otorga más peso político a un Gobierno que carecía de músculo, a un año de unas elecciones generales muy complicadas para los tories. Las encuestas otorgan a la oposición laborista una ventaja media de 20 puntos porcentuales.
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Respecto al cese de la ministra del Interior, Sunak tenía sobre la mesa dos opciones igual de complicadas y llenas de trampas. Después de un fin de semana de violencia en las calles, con enfrentamientos entre ultraderechistas y manifestantes propalestinos y más de 120 detenciones, y tres días antes de que el Tribunal Supremo se pronuncie sobre el controvertido plan de deportación a Ruanda de inmigrantes ilegales, el primer ministro se debatía entre hacer de Braverman una mártir para el ala derecha de los conservadores —y por tanto una futura rival política— o dar una muestra de autoridad y deshacerse de un miembro de alta toxicidad en su Gobierno.
La semana pasada, Braverman había escrito una tribuna en el diario The Times en contra de las recomendaciones de la oficina del primer ministro, que pudo supervisar el texto, en la que acusaba a Scotland Yard de practicar un doble rasero con las manifestaciones en la calle y tener un sesgo claramente favorable hacia los activistas propalestinos. Definía estas protestas en la calle, que el sábado llegaron a concentrar más de 300.000 personas en Londres, como “marchas del odio” y las acusaba de antisemitismo y simpatía con el terrorismo islamista.
Sus acusaciones, que incendiaron al jefe de la Policía Metropolitana, Mark Rowley, a la oposición laborista y a gran parte de los diputados conservadores, contribuyeron a aumentar la tensión previa al fin de semana y a movilizar a centenares de ultras y miembros de la organización fascista English Defence League. Hasta su exlíder, Tommy Robinson, se dejó ver por las calles de la capital británica.
Si el Tribunal Supremo se pronuncia en contra de las deportaciones a Ruanda, es muy previsible que Braverman encabece la petición, reclamada desde hace años por la derecha extrema del Partido Conservador, de que el Reino Unido abandone la Convención Europea de Derechos Humanos. Para el ala dura de los tories este tratado, del que los británicos fueron de los primeros signatarios, es la última bestia negra europea que ata las manos de los gobiernos en materia de inmigración. Sunak no podía permitir una rebelión de esas características por parte de su ministra del Interior.
Si, en sentido opuesto, el Supremo acaba dando la razón a Downing Street y da luz verde para la estrategia de Ruanda, resultaría muy complicado de cara a la opinión pública, los votantes conservadores más a la derecha y una parte importante del partido justificar la expulsión de Braverman.
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